La alegoría de la caverna de Platón ha tenido gran relevancia en los últimos años del Siglo XXI. Pues una característica, es vincular los contenidos temáticos como la: verdad, apariencia, libertad, esclavitud y conocimiento. De manera similar vemos que en efecto, esta situación esta presente en nuestra era contemporánea. Siendo más vigente que nunca, pues nos invita a reflexionar ante problemas problemas similares y una de ellas alusivo a los medios de comunicación.
La filosofía nos expone sobre los grandes
problemas que circulan en nuestra realidad, pero además cabe preguntarse ¿Que es
lo real y que es lo aparente? Que lo explica de manera simple y sencilla de forma brillante.
--Ahora, continué, imagínate nuestra naturaleza, por
lo que se refiere a la ciencia, y a la ignorancia, mediante la siguiente
escena. Imagina unos hombres en una habitación subterránea en forma de caverna
con una gran abertura del lado de la luz. Se encuentran en ella desde su niñez,
sujetos por cadenas que les inmovilizan las piernas y el cuello, de tal manera
que no pueden ni cambiar de sitio ni volver la cabeza, y no ven más que lo que
está delante de ellos. La luz les viene de un fuego encendido a una cierta
distancia detrás de ellos sobre una eminencia del terreno. Entre ese fuego y
los prisioneros, hay un camino elevado, a lo largo del cual debes imaginar un
pequeño muro semejante a las barreras que los ilusionistas levantan entre ellos
y los espectadores y por encima de las cuales muestran sus prodigios.
--Ya lo veo, dijo.
--Piensa ahora que a lo largo de este muro unos
hombres llevan objetos de todas clases, figuras de hombres y de animales de
madera o de piedra, y de mil formas distintas, de manera que aparecen por
encima del muro. Y naturalmente entre los hombres que pasan, unos hablan y
otros no dicen nada.
--Es esta una extraña escena y unos extraños
prisioneros, dijo.
--Se parecen a nosotros, respondí. Y ante todo, ¿crees
que en esta situación verán otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado
que unas sombras proyectadas por la luz del fuego sobre el fondo de la caverna
que está frente a ellos.
--No, puesto que se ven forzados a mantener toda su
vida la cabeza inmóvil.
--¿Y no ocurre lo mismo con los objetos que pasan por
detrás de ellos?
--Sin duda.
--Y si estos hombres pudiesen conversar entre sí, ¿no
crees que creerían nombrar a las cosas en sí nombrando las sombras que ven
pasar?
--Necesariamente.
--Y si hubiese un eco que devolviese los sonidos desde
el fondo de la prisión, cada vez que hablase uno de los que pasan, ¿no creerían
que oyen hablar a la sombra misma que pasa ante sus ojos?
--Sí, por Zeus, exclamó.
--En resumen, ¿estos prisioneros no atribuirán
realidad más que a estas sombras?
--Es inevitable.
--Supongamos ahora que se les libre de sus cadenas y
se les cure de su error; mira lo que resultaría naturalmente de la nueva
situación en que vamos a colocarlos. Liberamos a uno de estos prisioneros. Le
obligamos a levantarse, a volver la cabeza, a andar y a mirar hacia el lado de
la luz: no podrá hacer nada de esto sin sufrir, y el deslumbramiento le
impedirá distinguir los objetos cuyas sombras antes veía. Te pregunto qué podrá
responder si alguien le dice que hasta entonces sólo había contemplado sombras
vanas, pero que ahora, más cerca de la realidad y vuelto hacia objetos más
reales, ve con más perfección; y si por último, mostrándole cada objeto a medida
que pasa, se le obligase a fuerza de preguntas a decir qué es, ¿no crees que se
encontrará en un apuro, y que le parecerá más verdadero lo que veía antes que
lo que ahora le muestran?
--Sin duda, dijo.
--Y si se le obliga a mirar la misma luz, ¿no se le
dañarían los ojos? ¿No apartará su mirada de ella para dirigirla a esas sombras
que mira sin esfuerzo? ¿No creerá que estas sombras son realmente más visibles
que los objetos que le enseñan?
--Seguramente.
--Y si ahora lo arrancamos de su caverna a viva fuerza
y lo llevamos por el sendero áspero y escarpado hasta la claridad del sol,
¿esta violencia no provocará sus quejas y su cólera? Y cuando esté ya a pleno
sol, deslumbrado por su resplandor, ¿podrá ver alguno de los objetos que
llamamos verdaderos?
--No podrá, al menos los primeros instantes.
--Sus ojos deberán acostumbrarse poco a poco a esta
región superior. Lo que más fácilmente verá al principio serán las sombras,
después las imágenes de los hombres y de los demás objetos reflejadas en las
aguas, y por último los objetos mismos. De ahí dirigirá sus miradas al cielo, y
soportará más fácilmente la vista del cielo durante la noche, cuando contemple
la luna y las estrellas, que durante el día el sol y su resplandor.
--Así lo creo.
--Y creo que al fin podrá no sólo ver al sol reflejado
en las aguas o en cualquier otra parte, sino contemplarlo a él mismo en su
verdadero asiento.
--Indudablemente.
--Después de esto, poniéndose a pensar, llegará a la
conclusión de que el sol produce las estaciones y los años, lo gobierna todo en
el mundo visible y es en cierto modo la causa de lo que ellos veían en la
caverna.
--Es evidente que llegará a esta conclusión siguiendo
estos pasos.
--Y al acordarse entonces de su primera habitación y
de sus conocimientos allí y de sus compañeros de cautiverio, ¿no se sentirá
feliz por su cambio y no compadecerá a los otros? Ciertamente.
--Y si en su vida anterior hubiese habido honores,
alabanzas, recompensas públicas establecidas entre ellos para aquel que
observase mejor las sombras a su paso, que recordase mejor en qué orden
acostumbran a precederse, a seguirse o a aparecer juntas y que por ello fuese
el más hábil en pronosticar su aparición, ¿crees que el hombre de que hablamos
sentiría nostalgia de estas distinciones, y envidiaría a los más señalados por
sus honores o autoridad entre sus compañeros de cautiverio? ¿No crees más bien
que será como el héroe de Homero y preferirá mil veces no ser más «que un mozo
de labranza al servicio de un pobre campesino» y sufrir todos los males
posibles antes que volver a su primera ilusión y vivir como vivía?
--No dudo que estaría dispuesto a sufrirlo todo antes
que vivir como anteriormente.
--Imagina ahora que este hombre vuelva a la caverna y
se siente en su antiguo lugar. ¿No se le quedarían los ojos como cegados por
este paso súbito a la obscuridad?
--Sí, no hay duda.
--Y si, mientras su vista aún está confusa, antes de
que sus ojos se hayan acomodado de nuevo a la obscuridad, tuviese que dar su
opinión sobre estas sombras y discutir sobre ellas con sus compañeros que no
han abandonado el cautiverio, ¿no les daría que reír? ¿No dirán que por haber
subido al exterior ha perdido la vista, y no vale la pena intentar la
ascensión? Y si alguien intentase desatarlos y llevarlos allí, ¿no lo matarían,
si pudiesen cogerlo y matarlo?
--Es muy probable.
--Ésta es precisamente, mi querido Glaucón, la imagen
de nuestra condición. La caverna subterránea es el mundo visible. El fuego que
la ilumina es la luz del sol. Este prisionero que sube a la región superior y
contempla sus maravillas, es el alma que se eleva al mundo inteligible. Esto es
lo que yo pienso, ya que quieres conocerlo; sólo Dios sabe si es verdad. En
todo caso, yo creo que en los últimos límites del mundo inteligible está la
idea del bien, que percibimos con dificultad, pero que no podemos contemplar
sin concluir que ella es la causa de todo lo bello y bueno que existe. Que en
el mundo visible es ella la que produce la luz y el astro de la que procede.
Que en el mundo inteligible es ella también la que produce la verdad y la
inteligencia. Y por último que es necesario mantener los ojos fijos en esta
idea para conducirse con sabiduría, tanto en la vida privada como en la
pública. Yo también lo veo de esta manera, dijo, hasta el punto de que puedo
seguirte. [. . .]
--Por tanto, si todo esto es verdadero, dije yo, hemos
de llegar a la conclusión de que la ciencia no se aprende del modo que algunos
pretenden. Afirman que pueden hacerla entrar en el alma en donde no está, casi
lo mismo que si diesen la vista a unos ojos ciegos.
--Así dicen, en efecto, dijo Glaucón.
--Ahora bien, lo que hemos dicho supone al contrario
que toda alma posee la facultad de aprender, un órgano de la ciencia; y que,
como unos ojos que no pudiesen volverse hacia la luz si no girase también el
cuerpo entero, el órgano de la inteligencia debe volverse con el alma entera
desde la visión de lo que nace hasta la contemplación de lo que es y lo que hay
más luminoso en el ser; y a esto hemos llamado el bien, ¿no es así?
--Sí.
--Todo el arte, continué, consiste pues en buscar la
manera más fácil y eficaz con que el alma pueda realizar la conversión que debe
hacer. No se trata de darle la facultad de ver, ya la tiene. Pero su órgano no
está dirigido en la buena dirección, no mira hacia donde debiera: esto es lo
que se debe corregir.
--Así parece, dijo Glaucón.
Fuente bibliográfica:
República
Vll; 514a_517c y 518b_d. (R. Verneaux, Textos de los grandes filósofos. Edad
antigua, Herder, Barcelona 1982, p. 26-30).